Cuentan
las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la
Tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos
cantos acompañados por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba,
las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas
aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones
maravillosos.
Un
día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió
entre las ramas de un lejano arbusto una joven ninfa que, medio oculta,
escuchaba embelesada. Orfeo dejó su lira y se acercó a contemplar aquel ser
cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.
-
Hermosa
ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu
escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.
La
joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a
Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella
canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días
después celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.
Al
enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó preso de la desesperación. Lleno
de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que
permitieran a Eurídice volver a la vida.
Aunque
el camino a los infiernos era largo y lleno de dificultades, Orfeo consiguió
llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la
luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso
que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las lamas
de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.
Orfeo
atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una
vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las
profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:
-
¡Oh,
señor de las tinieblas! Héme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que
resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo
que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.
La
música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar
las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar
el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le
humedecían.
-
¡Oh,
poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de
recuperar a mi amadísima esposa.
-
Pues
bien. –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis
abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas
verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.
-
Así
se hará –aseguró el músico.
Y
Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo dela luz. Durante largo tiempo
Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra.
En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad
de su amada. Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas
verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre”.
Por
fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la
vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y
sólo se trataba de un sueño? Orfeo dudó por un momento y, lleno de
impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese
mismo momento vio como su amada se convertía en una columna de humo que él
trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la
desesperación.
-
Eurídice,
Eurídice...
Orfeo
lloró y suplicó a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio
respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo triste y lleno
de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía
que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos
compuestos en recuerdo de su amada.
Fragmento
de: La metamorfosis, de Ovidio
GEORGIANA BERZEDEANU
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