Venus, Vulcano y Marte es un cuadro del pintor italiano
Tintoretto. Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 135 cm de alto y 198 cm
de ancho. Fue pintado hacia 1555, y actualmente se conserva en la
AltePinakothek de Múnich (Alemania). Es una escena doméstica de carácter
erótico. Venus está reclinada y su marido, el viejo Vulcano, se acerca y
descubre el pubis de su esposa. En una cuna, detrás, Cupido duerme. Y bajo la
cama se oculta el amante de Venus, Marte.
MITOLOGIA: Las mujeres que osaban rechazar su amor
terminaban siendo violadas brutalmente. Porque él perseguía ninfas con la misma
furia devastadora que empleaba en la batalla. Partía para la conquista amorosa
como si marchase a una campaña militar: confiando en su fuerza.
Con Afrodita fue diferente. Para obtener su amor, Ares
abandono las actitudes brutales. Se aproximó ofreciéndole su cuerpo perfecto,
como un desafío a la capacidad amorosa de la bella diosa. Le dijo palabras de
afecto. La colmó de ricos presentes. La amistad entre ambos fue aumentando cada
día, hasta que se dieron cuenta de que estaban enamorados. Hicieron planes y
elaboraron ideas para unirse en el amor.
Mientras Hefesto, el deforme marido de Afrodita,
trabajaba la noche entera en la forja. Ares visitaba clandestinamente a la
sensual amante.
Se sentían felices. Solamente una cosa podía estropear la
aventura: Helios, el Sol, una divinidad a la que no le gustaban los secretos.
Ares trató de tomar todas las precauciones posibles para
no ser descubierto por el Sol. Cada vez que iba al encuentro de la amada,
llevaba al joven Alectrión, su confidente, mientras se deleitaba en los brazos
de Afrodita, el amigo vigilaba la puerta del palacio con la misión de
advertirle el momento que comenzaba a aparecer el Sol.
Una noche el fiel guardián, exhausto y aburrido, se
adormeció. Ares y Afrodita se amaban, mientras tanto, intensamente, olvidados
de las preocupaciones.
El día amaneció claro y hermoso. El Sol despunto y
sorprendió a los amantes, que dormían abrazados.
Indignado por la traición a Hefesto, Helios salió en
busca del deforme herrero y le contó lo que había visto.
Hefesto dejó caer el hierro que forjaba. Sintió que las
fuerzas le faltaban. Agradeció al Sol la verdad. Estaba avergonzado y humillado
por el acontecimiento.
Y pensó que la fea acción no podía quedar sin venganza.
Después de mucho reflexionar, el armero divino tuvo una idea y se puso a
trabajar. Con finísimos hilos de oro confeccionó una red invisible, pero tan
fuerte y resistente que ningún hombre (ni ningún dios) pudiera romperla.
Cuando termino su obra fue al encuentro de su esposa.
Ocultando su odio y su tristeza.
Armó disimuladamente la red en el lecho manchado por la
deshonra y dijo a Afrodita que debía ausentarse por algunos días. Sin más
explicaciones, se despidió y partió.
Ares, que lo espiaba todo, apenas vio alejarse a Hefesto
corrió a la casa de su amante. Sin contener su deseo, apenas vio a Afrodita le
dijo: “Ven querida, al lecho: gran placer es el amor. Hefesto está de viaje,
según creo, camino a Lemnos”.
Se acostaron felices y no se dieron cuenta de que estaban
aprisionados por la ingeniosa red construida por el esposo traicionado.
En ese instante, Hefesto, que había fingido alejarse,
retorna y sorprende a los amantes, presos en la trama de oro.
Nunca sintió tanta vergüenza y tan intenso odio. Parado
en el umbral de la puerta, llama la atención de los otros olímpicos: “Zeus
padre y todos los restantes dioses bienaventurados e inmortales, venid aquí a
presenciar una escena ridícula y monstruosa: por ser yo cojo, Afrodita, hija de
Zeus, me cubre continuamente de deshonra; ama a Ares, el destructor, porque es
hermoso tiene las piernas derechas, mientras que yo soy defectuoso de
nacimiento. Pero la culpa no es mía, sino de mis padres, que habrían hecho
mejor si no me hubieran engendrado. Venid a ver este lamentable espectáculo, y
como se fueron a dormir, en brazos uno del otro, en mi propio lecho. Pero por
mucho que se amen, no creo que deseen quedar así acostados. Pronto querrán
levantarse, pero mi trampa, mi red, los retendrá cautivos, hasta que el padre
de ella devuelva todos los presentes que le di por su imprudente hija. Hermosa
es, pero no tiene decencia porque no domina sus raptos pasionales”.
De no mediar Apolo, tal vez nunca habrían sido libertados
los amantes. Hefesto acabó aceptando las palabras conciliadoras del dios y los
soltó. Afrodita, avergonzada, se retiró a Chipre, su isla predilecta. Y Ares se
fue a Tracia, para tratar de olvidar la ridícula situación sufrida en medio de
los ardores de la guerra.
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